miércoles, 26 de octubre de 2011


EL PEQUEÑO PLANETA PERDIDO

Ziraldo (Escritor Brasilero)

Cierta vez enviaron a un hombre al Espacio en dirección a un planeta perdido.



Era un planeta tan distante pero tan distante que el combustible se terminó
 cuando el cohete por fin llegó a su destino. Y era un planeta pequeño
 ubicado en medio del espacio no se sabe en qué galaxia ni en qué
 constelación.

El astronauta caminó por todo el planeta y dio la vuelta al mundo

 en menos de ochenta pasos (es que el planeta no tenía ni río,
 ni mar ni montañas).
 Y viéndose tan solo el astronauta gritó: "¡Socorro!"

Y nadie sabe por qué nebulosa razón su voz recorrió de vuelta

 el camino de la astronave. Y en toda la Tierra de punta a punta
 se lo oyó gritar: “¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? ¿Quién soy?”

Fue un susto general sin ninguna explicación: aquí, tan lejos,

 en la Tierra todo el mundo escuchaba lo que él decía solito allá 
en el espacio como si hubiera un potente servicio de altoparlantes
 (de parque de diversiones) con el micrófono instalado en el planeta 
del astronauta. Si él se ponía a llorar toda la Tierra lo oía
 (un fenómeno de frecuencia o, tal vez, de sintonía).

Y los científicos de la Tierra también se sintieron perdidos, 

todos estaban reunidos para hallar una solución: "¿Qué podemos hacer?".
 Traer al astronauta de vuelta no se podía, pero dejarlo morir de
 hambre tampoco quedaba bien.

Como las computadoras sabían – de memoria – la ruta de la astronave

 perdida, los científicos le mandaron de regalo al astronauta un cohete
 con mucha comida para el hambre de cada día.

Y todos aquí en la Tierra pudieron dormir de nuevo con el silencio

 de la noche. Sólo muy rara vez se despertaban un ratito con los ruidos
 que, desde el espacio, llegaban de vez en cuando. Pero volvían a dormirse
 tranquilos y contentos cuando inmediatamente oían la voz del astronauta
 que decía en un tono muy delicado: "¡Disculpen!" (porque era muy educado).

"¡Mándenle música!” habló con voz salvadora el dueño de una grabadora.

 “Manden discos, video-clips, cintas, cassetttes, canciones, manden radios,
 tocadiscos, grabadores, televisores.”

“Pero envíenle también un par de auriculares”, agregó enseguida un 

previsor. “¡Por si no nos llega a gustar su programación!"

Y mandaron un cohete colosal cargado de canciones (todas las canciones

 del mundo) con auriculares exclusivos adaptables al oído del solitario
 astronauta. Y una vez más se hizo un silencio total. Y todos pudieron 
 continuar sin correr grandes peligros (oyendo sólo lo que querían
 los fabricantes de discos).

Un largo tiempo pasó hasta que un día, otra vez toda la Tierra se 

despertó al oír, desde muy lejos, cantada con voz nostálgica y sin
 acompañamiento una canción muy linda, tan linda que parecía
 tener todas las canciones del mundo en sus suaves acordes.
 Y la canción decía así:
Tan solo, tan solo
sin nadie...
El que parte
lleva el recuerdo
de alguien.
Y el recuerdo es cruel
cuando existe amor.
Siento un dolor en mi pecho
y evitarlo es imposible.

No puedo más.
Nadie tiene pena
de mi dolor.
Llorar, como yo lloré
nadie debe llorar.
¡Rosa, oh Rosa!
¿Cómo estás, Morena Rosa?
Con esa rosa en el cabello
y ese andar orgulloso.
¡Ay, qué nostalgia siento!

Todo el mundo quedó muy conmovido sin saber ya qué hacer
 para salvar al astronauta que se estaba muriendo de soledad
 y nostalgia. Entonces los científicos de la Oficina Espacial
 recibieron la visita de Rosa: "iYo soy la novia del astronauta!".
 Los ojitos preocupados del jefe de los científicos comenzaron 
a brillar y enseguida preguntó: "¿Usted sabe volar?"

Rosa, entonces, fue lanzada en un cohete color de rosa,

 muy bonita y arreglada, una astronauta tan linda como en
 el Espacio entero no se había visto todavía. Y mientras el 
cohete subía el jefe de los científicos le dijo a su asistente:
 "¿Cómo es que nuestras mentes no habían pensado en esto?
" Y todo el mundo en la Tierra se puso a mirar el Espacio
 viendo al cohete subir con Rosa y el amor de Rosa.
 Esperando la llegada para oír lo que diría el astronauta al ver
 a su Rosa llegar así, de sorpresa.

Y entonces, la noche prevista, la Tierra entera despertó agitada

 y ansiosa oyendo al astronauta gritar el nombre
 de Rosa. “¡ROSA!”.

Hasta ese momento (vamos a decir: para siempre)

 nunca más se oyó al astronauta llorar, o gritar, o implorar,
 o vociferar, reclamar o maldecir. En el espacio hay, ahora,
 sólo estrellas y silencio. Pues como informó el personal
 de la Oficina Espacial: ”La sintonía o frecuencia del
 planeta perdido no permite oír susurros”.




sábado, 22 de octubre de 2011

LOS OTROS: Robert Walser


REPORTAJE: LOS MICROGRAMAS DE ROBERT WALSER ( El Pais.com )

La inquebrantable ingenuidad FRANCISCO SOLANO 19/11/2005


Robert Walser nació en Biel (Suiza) el 15 de abril de 1878 y murió, caído sobre la nieve, el día de Navidad de 1956. Su vida, semejante a la de sus personajes, fue inquieta y errática, siempre escapando a cualquier forma de duración o permanencia. A los 14 años abandonó los estudios y ejerció los más diversos oficios: fue empleado de banca, secretario, archivero; incluso sirvió de criado en un castillo de Silesia. Walser despreciaba los ideales de prosperidad, aborrecía el éxito, era incapaz de someterse a ningún tipo de rutina o atadura. Vivió siempre, de un lugar a otro, sin domicilio fijo, con graves problemas económicos. A partir de 1925 empieza a sufrir trastornos nerviosos y alucinaciones auditivas; se embriaga y tiene periodos de enorme agresividad. Su hermana Lisa, la única ayuda constante que recibió, le recomienda que ingrese en un sanatorio psiquiátrico.

Canetti ha escrito sobre Walser

 "Su experiencia con la 'lucha por la existencia' le lleva a la única esfera en que esa lucha no existe, al manicomio, el monasterio de la época moderna". Ingresa, probablemente con alivio, en el manicomio de Waldau, de donde será transferido, en 1933, al sanatorio de Herisau. Allí permanecerá, silencioso y olvidado, hasta su muerte. A semejanza de su admirado Hölderlin, Walser enmudece en vida. Sus libros habían despertado el entusiasmo de algunos escritores: Kafka (que lo leía en voz alta a sus amigos), Christian Morgensten, Robert Musil, Walter Benjamin, pero no habían encontrado su público. El editor Karl Seelig, que lo visitó reiteradamente en su encierro y gestionó la reedición de sus obras, ha contado en su imprescindible Paseos con Robert Walser (Siruela, 2000) que consideraba que "el único suelo en el que el poeta puede producir es el de la libertad". Seelig había ayudado a otros escritores y le propuso esa libertad, pero a la pregunta "¿volvería realmente a escribir?", Walser contestó: "Con esa pregunta sólo se puede hacer una cosa: no responderla"....
                          
Walser es el más extraño de los escritores, pero su extrañeza no es sombría. Lo asombroso, lo que resulta extraordinario en Walser es que vivía sus fantasías poéticas, como el resto de la humanidad vive sus ambiciones, o dicho de un modo más taxativo: nunca perdió la ingenuidad. Una ingenuidad que no tiene nada de ignorancia o de inconsciencia. Oskar Loerke, uno de los pocos críticos que saludó fervorosamente sus libros, logró una definición exacta del carácter de Walser: "Su ingenuidad es tan espontánea que después de ser destruida por la conciencia, se presenta tan segura e incólume como si fuera natural". Su existencia fue un compendio de incomprensión, penuria y dolor, pero en sus páginas no se halla ninguna queja. "La peculiaridad de Robert Walser como escritor", otra vez Canetti, "consiste en que nunca habla de motivaciones. Es el más oculto de todos los escritores. Siempre está bien, siempre está encantado con todo". Su obra rebosa de frases tan deslumbrantes como impredecibles. He aquí una que concentra, en su brevedad, su manera de sentir: "En el asunto del amor, todo fracaso es casi una dicha". Aunque escasos y dispersos, no hay ningún lector de Walser que, bajo los efectos de su estilo, que actúa como una música, no se sienta reconfortado y tal vez mejor persona. Leer a Walser nos libera de embrollos éticos y nos limpia de mezquindad. Vila-Matas, en su Doctor Pasavento, lo convierte en héroe moral por su "afán de librarse de la conciencia, de Dios, del pensamiento, de él mismo". Walser se mimetiza para no ser descubierto, no compite por ningún puesto social, se desentiende de la maquinaria que engarza al individuo con el poder. En La rosa, el último libro que publicó en vida, asoma esta insinuación: "Alabar parece francamente trivial". Así pues, escribir con entusiasmo sobre Robert Walser podría resultar incluso ofensivo..."

ABRAZOS

Abrazos.... no necesitamos pensar palabras para decir
Abrazando al que amamos decimos todo lo que debe saber
Abrazar es envolver para proteger.
Es la profunda conexión de corazón a corazón.
Abrazando atravesamos escollos que ninguna palabra logra derribar
Un abrazo y volvemos a comenzar.
Un abrazo y todo el amor esta dicho. 
Un abrazo es un puente de ternura.
Por eso, cuando no sé como expresarme ante quien amo ,
cuando las dudas llenan mi cabeza de palabras posibles
ABRAZO , simplemente ABRAZO
y sé que lo que siento llegara en su forma mas pura.
 Dmar


lunes, 17 de octubre de 2011

El Principe Feliz.


En la parte más alta de la ciudad, sobre una gran columna, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz.
Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada.
Por todo lo cual era muy admirada. 
Es tan hermoso como una veleta -observó uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte- . Ahora, que no es tan útil -añadió, temiendo que le tomaran por un hombre poco práctico, cosa que, en realidad, no era. 

-¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? -preguntaba una madre cariñosa a su hijito, que pedía la luna-. El Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a voz en grito.
-Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz -murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.
-Verdaderamente parece un ángel -decían los niños hospicianos al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.
-¿En qué lo conocéis -replicaba el profesor de matemáticas- si no habéis visto uno nunca?
-¡Oh! Los hemos visto en sueños -respondieron los niños.
Y el profesor de matemáticas fruncía las cejas, adoptando un severo aspecto, porque no podía aprobar que unos niños se permitiesen soñar.
Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad. Seis semanas antes habían partido sus amigas para Egipto; pero ella se quedó atrás.
Estaba enamorada del más hermoso de los juncos. Lo encontró al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.
-¿Quieres que te ame? -dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos.
Y el Junco le hizo un profundo saludo.
Entonces la Golondrina revoloteó a su alrededor rozando el agua con sus alas y trazando estelas de plata.
Era su manera de hacer la corte. Y así transcurrió todo el verano.
-Es un enamoramiento ridículo -gorjeaban las otras golondrinas-. Ese Junco es un pobretón y tiene realmente demasiada familia.
Y en efecto, el río estaba todo cubierto de juncos.
Cuando llegó el otoño, todas las golondrinas emprendieron el vuelo. Una vez que se fueron sus amigas, sintióse muy sola y empezó a cansarse de su amante.
-No sabe hablar -decía ella-. Y además temo que sea inconstante porque coquetea sin cesar con la brisa.
Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el Junco multiplicaba sus más graciosas reverencias.
-Veo que es muy casero -murmuraba la Golondrina-. A mí me gustan los viajes. Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar viajar conmigo.
-¿Quieres seguirme? -preguntó por último la Golondrina al Junco. Pero el Junco movió la cabeza. Estaba demasiado atado a su hogar.
-¡Te has burlado de mí! -le gritó la Golondrina-. Me marcho a las Pirámides. ¡Adiós!
Y la Golondrina se fue.
Voló durante todo el día y al caer la noche llegó a la ciudad.
-¿Dónde buscaré un abrigo? -se dijo-. Supongo que la ciudad habrá hecho preparativos para recibirme.
Entonces divisó la estatua sobre la columna.
-Voy a cobijarme allí -gritó- El sitio es bonito. Hay mucho aire fresco.
Y se dejó caer precisamente entre los pies del Príncipe Feliz.
-Tengo una habitación dorada -se dijo quedamente, después de mirar en torno suyo.
Y se dispuso a dormir.
Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aquí que le cayó encima una pesada gota de agua.
-¡Qué curioso! -exclamó-. No hay una sola nube en el cielo, las estrellas están claras y brillantes, ¡y sin embargo llueve! El clima del norte de Europa es verdaderamente extraño. Al Junco le gustaba la lluvia; pero en él era puro egoísmo.
Entonces cayó una nueva gota.
-¿Para qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? -dijo la Golondrina-. Voy a buscar un buen copete de chimenea.
Y se dispuso a volar más lejos. Pero antes de que abriese las alas, cayó una tercera gota. La Golondrina miró hacia arriba y vio... ¡Ah, lo que vio!
Los ojos del Príncipe Feliz estaban arrasados de lágrimas, que corrían sobre sus mejillas de oro.
Su faz era tan bella a la luz de la luna, que la Golondrinita sintióse llena de piedad.
-¿Quién sois? -dijo.
-Soy el Príncipe Feliz.
-Entonces, ¿por qué lloriqueáis de ese modo? -preguntó la Golondrina- . Me habéis empapado casi.
-Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placeres la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar.
«¡Cómo! ¿No es de oro de ley?», pensó la Golondrina para sus adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer ninguna observación en voz alta sobre las personas.
-Allí abajo -continuó la estatua con su voz baja y musical-, allí abajo, en una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas está abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa.
Su rostro está enflaquecido y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la aguja, porque es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe lucir, en el próximo baile de corte, la más bella de las damas de honor de la Reina. Sobre un lecho, en el rincón del cuarto, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle más que agua del río. Por eso llora. Golondrina, Golondrinita, ¿no quieres llevarla el rubí del puño de mi espada? Mis pies están sujetos al pedestal, y no me puedo mover.
-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mis amigas
revolotean de aquí para allá sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos. Pronto irán a dormir al sepulcro del Gran Rey. El mismo Rey está allí en su caja de madera, envuelto en una tela amarilla y embalsamado con sustancias aromáticas. Tiene una cadena de jade verde pálido alrededor del cuello y sus manos son como unas hojas secas.
-Golondrina, Golondrina, Golondrinita - dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás conmigo una noche y serás mi mensajera? ¡Tiene tanta sed el niño y tanta tristeza la madre!
-No creo que me agraden los niños -contestó la Golondrina-. El invierno último, cuando vivía yo a orillas del río, dos muchachos mal educados, los hijos del molinero, no paraban un momento en tirarme piedras. Claro es que no me alcanzaban. Nosotras las golondrinas, volamos demasiado bien para eso y además yo pertenezco a una familia célebre por su agilidad; mas, a pesar de todo, era una falta de respeto.
Pero la mirada del Príncipe Feliz era tan triste que la Golondrinita se quedó apenada.
-Mucho frío hace aquí -le dijo-; pero me quedaré una noche con vos y seré vuestra mensajera.
-Gracias, Golondrinita -respondió el Príncipe.
Entonces la Golondrinita arrancó el gran rubí de la espada del Príncipe y llevándolo en el pico, voló sobre los tejados de la ciudad. Pasó sobre la torre de la catedral, donde había unos ángeles esculpidos en mármol blanco.
Pasó sobre el palacio real y oyó la música de baile.
Una bella muchacha apareció en el balcón con su novio.
-¡Qué hermosas son las estrellas -la dijo- y qué poderosa es la fuerza del amor!
-Querría que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial - respondió ella-. He mandado bordar en él unas pasionarias ¡pero son tan perezosas las costureras!
Pasó sobre el río y vio los fanales colgados en los mástiles de los barcos. Pasó sobre el ghetto y vio a los judíos viejos negociando entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.
Al fin llegó a la pobre vivienda y echó un vistazo dentro. El niño se agitaba febrilmente en su camita y su madre habíase quedado dormida de cansancio.
La Golondrina saltó a la habitación y puso el gran rubí en la mesa, sobre el dedal de la costurera. Luego revoloteó suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara del niño.
-¡Qué fresco más dulce siento! -murmuró el niño-. Debo estar mejor. Y cayó en un delicioso sueño.
Entonces la Golondrina se dirigió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz y le contó lo que había hecho.
-Es curioso -observa ella-, pero ahora casi siento calor, y sin embargo, hace mucho frío.
Y la Golondrinita empezó a reflexionar y entonces se durmió. Cuantas veces reflexionaba se dormía.
Al despuntar el alba voló hacia el río y tomó un baño.
-¡Notable fenómeno! -exclamó el profesor de ornitología que pasaba por el puente-. ¡Una golondrina en invierno!
Y escribió sobre aquel tema una larga carta a un periódico local. Todo el mundo la citó. ¡Estaba plagada de palabras que no se podían comprender!...
-Esta noche parto para Egipto -se decía la Golondrina.
Y sólo de pensarlo se ponía muy alegre.
Visitó todos los monumentos públicos y descansó un gran rato sobre la punta del campanario de la iglesia.
Por todas parte adonde iba piaban los gorriones, diciéndose unos a otros:
-¡Qué extranjera más distinguida!
Y esto la llenaba de gozo. Al salir la luna volvió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz.
-¿Tenéis algún encargo para Egipto? -le gritó-. Voy a emprender la marcha.
-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás otra noche conmigo?
-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mañana mis amigas volarán hacia la segunda catarata. Allí el hipopótamo se acuesta entre los juncos y el dios Memnón se alza sobre un gran trono de granito. Acecha a las estrellas durante la noche y cuando brilla Venus, lanza un grito de alegría y luego calla. A mediodía, los rojizos leones bajan a beber a la orilla del río. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus rugidos más atronadores que los rugidos de la catarata.
-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, allá abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en un vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas. Su pelo es negro y rizoso y sus labios rojos como granos de granada. Tiene unos grandes ojos soñadores. Se esfuerza en terminar una obra para el director del teatro, pero siente demasiado frío para escribir más. No hay fuego ninguno en el aposento y el hambre le ha rendido.
-Me quedaré otra noche con vos -dijo la Golondrina, que tenía realmente buen corazón-. ¿Debo llevarle otro rubí?
-¡Ay! No tengo más rubíes -dijo el Príncipe-. Mis ojos es lo único que me queda. Son unos zafiros extraordinarios traídos de la India hace un millar de años. Arranca uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, se comprará alimento y combustible y concluirá su obra.
-Amado Príncipe -dijo la Golondrina-, no puedo hacer eso. Y se puso a llorar.
-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te pido.
Entonces la Golondrina arrancó el ojo del Príncipe y voló hacia la buhardilla del estudiante. Era fácil penetrar en ella porque había un agujero en el techo. La Golondrina entró por él como una flecha y se encontró en la habitación.
El joven tenía la cabeza hundida en sus manos. No oyó el aleteo del pájaro y cuando levantó la cabeza, vio el hermoso zafiro colocado sobre las violetas marchitas.
-Empiezo a ser estimado -exclamó-. Esto proviene de algún rico admirador. Ahora ya puedo terminar la obra.
Y parecía completamente feliz.
Al día siguiente la Golondrina voló hacia el puerto.
Descansó sobre el mástil de un gran navío y contempló a los marineros que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos cabos.
-¡Ah, iza! -gritaban a cada caja que llegaba al puente.
-¡Me voy a Egipto! -les gritó la Golondrina. Pero nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvió hacia el Príncipe Feliz.
-He venido para deciros adiós -le dijo.
-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -exclamó el Príncipe-. ¿No te quedarás conmigo una noche más?
-Es invierno -replicó la Golondrina- y pronto estará aquí la nieve glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los cocodrilos, acostados en el barro, miran perezosamente a los árboles, a orillas del río. Mis compañeras construyen nidos en el templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las siguen con los ojos y se arrullan. Amado Príncipe, tengo que dejaros, pero no os olvidaré nunca y la primavera próxima os traeré de allá dos bellas piedras preciosas con que sustituir las que disteis. El rubí será más rojo que una rosa roja y el zafiro será tan azul como el océano.
-Allá abajo, en la plazoleta -contestó el Príncipe Feliz-, tiene su puesto una niña vendedora de cerillas. Se le han caído las cerillas al arroyo, estropeándose todas. Su padre le pegará si no lleva algún dinero a casa, y está llorando. No tiene ni medias ni zapatos y lleva la cabecita al descubierto. Arráncame el otro ojo, dáselo y su padre no le pegará.
-Pasaré otra noche con vos -dijo la Golondrina-, pero no puedo arrancaros el ojo porque entonces os quedaríais ciego del todo.
-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te mando.
Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe y emprendió el vuelo llevándoselo.
Se posó sobre el hombro de la vendedorcita de cerillas y deslizó la joya en la palma de su mano.
-¡Qué bonito pedazo de cristal! -exclamó la niña, y corrió a su casa muy alegre.
Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe.
-Ahora estáis ciego. Por eso me quedaré con vos para siempre.
-No, Golondrinita -dijo el pobre Príncipe-. Tienes que ir a Egipto.
-Me quedaré con vos para siempre -dijo la Golondrina.
Y se durmió entre los pies del Príncipe. Al día siguiente se colocó sobre el hombro del Príncipe y le refirió lo que habla visto en países extraños. Le habló de los ibis rojos que se sitúan en largas filas a orillas del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos, pasando las cuentas de unos rosarios de ámbar en sus manos; del rey de las montañas de la Luna, que es negro como el ébano y que adora un gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y a la cual están encargados de alimentar con pastelitos de miel veinte sacerdotes; y de los pigmeos que navegan por un gran lago sobre anchas hojas aplastadas y están siempre en guerra con las mariposas.
-Querida Golondrinita -dijo el Príncipe-, me cuentas cosas maravillosas, pero más maravilloso aún es lo que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterio más grande que la miseria. Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas.
Entonces la Golondrinita voló por la gran ciudad y vio a los ricos que se festejaban en sus magníficos palacios, mientras los mendigos estaban sentados a sus puertas.
Voló por los barrios sombríos y vio las pálidas caras de los niños que se morían de hambre, mirando con apatía las calles negras. Bajo los arcos de un puente estaban acostados dos niñitos abrazados uno a otro para calentarse.
- ¡Qué hambre tenemos! -decían.
-¡No se puede estar tumbado aquí! -les gritó un guardia.
Y se alejaron bajo la lluvia.
Entonces la Golondrina reanudó su vuelo y fue a contar al Príncipe lo que había visto.
-Estoy cubierto de oro fino -dijo el Príncipe-; despréndelo hoja por hoja y dáselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos felices.
Hoja por hoja arrancó la Golondrina el oro fino hasta que el Príncipe Feliz se quedó sin brillo ni belleza.
Hoja por hoja lo distribuyó entre los pobres, y las caritas de los niños se tornaron nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron por la calle.
-¡Ya tenemos pan! -gritaban.
Entonces llegó la nieve y después de la nieve el hielo.
Las calles parecían empedradas de plata por lo que brillaban y relucían. Largos carámbanos, semejantes a puñales de cristal, pendían de los tejados de las casas. Todo el mundo se cubría de pieles y los niños llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.
La pobre Golondrina tenía frío, cada vez más frío, pero no quería abandonar al Príncipe: le amaba demasiado para hacerlo.
Picoteaba las migas a la puerta del panadero cuando éste no la veía, e intentaba calentarse batiendo las alas.
Pero, al fin, sintió que iba a morir. No tuvo fuerzas más que para volar una vez más sobre el hombro del Príncipe.
-¡Adiós, amado Príncipe! -murmuró-. Permitid que os bese la mano.
-Me da mucha alegría que partas por fin para Egipto, Golondrina -dijo el Príncipe-. Has permanecido aquí demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en los labios porque te amo.
-No es a Egipto adonde voy a ir -dijo la Golondrina-. Voy a ir a la morada de la Muerte. La Muerte es hermana del Sueño, ¿verdad? Y besando al Príncipe Feliz en los labios, cayó muerta a sus pies.
En el mismo instante sonó un extraño crujido en el interior de la estatua, como si se hubiera roto algo.
El hecho es que su corazón de plomo se había partido en dos. Realmente hacia un frío terrible.
A la mañana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por la plazoleta con dos concejales de la ciudad.
Al pasar junto al pedestal, levantó sus ojos hacia la estatua.
-¡Dios mío! -exclamó-. ¡Qué andrajoso parece el Príncipe Feliz!
-¡Sí, está verdaderamente andrajoso! -dijeron los concejales de la ciudad, que eran siempre de la opinión del alcalde.
Y levantaron ellos mismos la cabeza para mirar la estatua.
-El rubí de su espada se ha caído y ya no tiene ojos, ni es dorado - dijo el alcalde- En resumidas cuentas, que está lo mismo que un pordiosero.
-¡Lo mismo que un pordiosero! -repitieron a coro los concejales.
-Y tiene a sus pies un pájaro muerto -prosiguió el alcalde-. Realmente habrá que promulgar un bando prohibiendo a los pájaros que mueran aquí.
Y el secretario del Ayuntamiento tomó nota para aquella idea. Entonces fue derribada la estatua del Príncipe Feliz.
-¡Al no ser ya bello, de nada sirve! -dijo el profesor de estética de la Universidad.
Entonces fundieron la estatua en un horno y el alcalde reunió al Concejo en sesión para decidir lo que debía hacerse con el metal.
-Podríamos -propuso- hacer otra estatua. La mía, por ejemplo.
-O la mía -dijo cada uno de los concejales.
Y acabaron disputando.
-¡Qué cosa más rara! -dijo el oficial primero de la fundición-. Este corazón de plomo no quiere fundirse en el horno; habrá que tirarlo como deshecho.
Los fundidores lo arrojaron al montón de basura en que yacía la golondrina muerta.
-Tráeme las dos cosas más preciosas de la ciudad -dijo Dios a uno de sus ángeles.
Y el ángel se llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.
-Has elegido bien -dijo Dios-. En mi jardín del Paraíso este pajarillo cantará eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz repetirá mis alabanzas.

Oscar Wilde 

domingo, 16 de octubre de 2011

Dia de la madre

Tu nacimiento fue un milagro.
Conocernos por primera vez,
sin palabras
solo esa mirada esencial
de hijo a madre, de madre a hijo.
Nos eligieron hijo!
Nos eligieron...
Nos eligieron para aprender uno del otro
para crecer uno al lado del otro.
Y el Amor es y será la fuente
donde iremos una y otra vez
para comprender, acompañar y 
sanar. 
El dia de la madre
es el dia del hijo

Por eso celebro hoy tu vida en la mia.
Dmar



martes, 11 de octubre de 2011

Dejarse caer


" ...Las artes marciales son artes mortales acompañados de la sílaba “do”, vía, sabiduría, filosofía: Aiki-do, Karate-do, Ju-do, Ken-do, etc. Es un vieja tradición que exalta el triunfo sobre un adversario, la competición. Perder una discusión, un combate, un juego, deprime.Y nuestra sociedad capitalista, tarde o temprano, nos sumerge en el miedo de perder. Me dije: ¿Cómo puedo sanar la depresión?. Un deprimido es una persona herida psicológicamente, que atormentada por el fracaso, (toda su vida recibió órdenes de hacer lo que no quería, y de no hacer lo que quería), va a escabullirse por una serie de desvíos defensivos para no enfrentar las causas de su sufrimiento. En lugar de entregarse a la crisis, (oportunidad de morir y renacer), va a resistir con desesperación… Tuve entonces la idea de crear el Ukemi-do, deporte de aprender a caer.
Cuando se aprende a caer, automáticamente se aprende a levantarse. Nos dejamos caer, es decir simbólicamente nos entregamos al sufrimiento, lo contrario de la depresión, que es el resultado de no abandonarse a la toma de conciencia: permanecemos con el ego artificial que nos embutieron desde que nacimos, cargando a todo el clan familiar sobre la espalda, y a la sociedad con sus prejuicios sexuales, sus trampas económicas, su política corrompida, su lucha contra los otros, su culto al egoísmo. En el Ukemi-do no luchamos. Relajando nuestro cuerpo, nos dejamos caer con toda confianza, tal como lo hacen los niños o los borrachos. Si descubrimos el placer de dejarnos caer a la tierra, el suelo se hace amable y nos recibe con delicia. Nos entregamos a la fuerza de gravedad, sentimos la atracción terrestre como una tierna caricia. Si nos despojamos de la dignidad de adultos, no nos parece grave caer. Hay infinitas formas de hacerlo. Pulverizamos la dignidad, el orgullo, la obligación de ser perfectos. En el fondo, la depresión es una falta de humildad… En el Tarot, dos cartas nos recomiendan aceptar la caída: El Colgado y La Torre. El Colgado cae hacia sí mismo. En la Torre, dos personajes se liberan del mundo artificial y caen hacia la verdad, simbolizada por el paisaje: tocan la tierra.
  Todo el mundo está adiestrado a competir, a no caer incluso frente a sí mismo. Le tememos al fracaso. Y le tememos al triunfo porque este se obtiene aprendiendo a fracasar… De caída en caída, de fracaso en fracaso, nos hacemos fuertes y entonces triunfamos. El triunfo mayor es triunfar de la muerte, creándonos una conciencia inmortal...."


                                                  Alejandro Jodorowsky,Cabaret Místico. 















Pierde el miedo
la absurda dignidad
déjate caer sin ofrecer 
resistencia


lunes, 10 de octubre de 2011

Todo es energía





La materia no existe. Todo es energía.

2010-10-08



  El título de este artículo resulta una obviedad para quien entienda mínimamente la teoría de la relatividad de Einstein, que afirma que materia y energía son equivalentes. La materia es energía altamente condensada que puede ser liberada, como lo mostró lamentablemente la bomba atómica. El camino de la ciencia ha hecho más o menos el siguiente recorrido: de la materia llegó al átomo, del átomo a las partículas subatómicas, de las partículas subatómicas a los «paquetes de onda» energética, de los paquetes de onda a las supercuerdas vibratorias en once dimensiones o más, representadas como música y color. Así un electrón vibra más o menos quinientos billones de veces por segundo. La vibración produce sonido y color. El universo sería, pues, una sinfonía de sonidos y colores. De las supercuerdas se llegó, finalmente, a la energía de fondo, al vacío cuántico.
En este contexto, recuerdo siempre una frase dicha por W.Heisenberg, uno de los padres de la mecánica cuántica, en un semestre que dio en la Universidad de Munich en 1968 en el que pude participar, y que todavía suena en mis oídos: «El universo no está hecho de cosas sino de redes de energía vibratoria, emergiendo de algo todavía más profundo y sutil». Por lo tanto, la materia perdió su foco central en favor de la energía que se organiza en campos y redes.
¿Qué es ese «algo más profundo y sutil» de donde emerge todo? Los físicos cuánticos y astrofísicos lo llaman «energía de fondo» o «vacío cuántico», expresión inadecuada porque dice lo contrario de lo que la palabra vacío significa. El vacío cuántico representa la plenitud de todas las posibles energías y sus eventuales densificaciones en los seres. De ahí que hoy se prefiera la expresión pregnant void «vacío preñado» o la «fuente originaria de todo ser». No es algo que pueda ser representado en las categorías convencionales de espacio-tiempo, pues es algo anterior a todo lo que existe, anterior al espacio-tiempo y a las cuatro energías fundamentales, la gravitatoria, la electromagnética, la nuclear fuerte y la débil.
Algunos astrofísicos lo imaginan como una especie de vasto océano, sin márgenes, ilimitado, inefable, indescriptible y misterioso en el cual, como en un útero infinito, están hospedadas todas las posibilidades y virtualidades de ser. De allí emergió, sin que podamos saber cómo ni por qué, aquel puntito extremadamente lleno de energía, inimaginablemente caliente que después explotó (big bang) dando origen a nuestro universo. Nada impide que de aquella energía de fondo hayan surgido otros puntos, gestando también otras singularidades y otros universos paralelos o en otra dimensión.
Con la aparición del universo, irrumpió simultáneamente el espacio-tiempo. El tiempo es el movimiento de la fluctuación de las energías y de la expansión de la materia. El espacio no es el vacío estático dentro del cual todo sucede, sino aquel proceso continuamente abierto que permite que las redes de energía y los seres se manifiesten. La estabilidad de la materia presupone la presencia de una poderosísima energía subyacente que la mantiene en este estado. En realidad, nosotros percibimos la materia como algo sólido porque las vibraciones de la energía son tan rápidas que no alcanzamos a percibirlas con los sentidos corporales. Pero para eso nos ayuda la física cuántica, justamente porque se ocupa de las partículas y de las redes de energía, que nos abren esta visión diferente de la realidad. La energía es y está en todo. Sin energía nada podría subsistir. Como seres conscientes y espirituales, somos una realización complejísima, sutil y extremadamente interactiva de energía.
¿Qué es esa de energía de fondo que se manifiesta bajo tantas formas? No hay ninguna teoría científica que la defina. Además necesitamos de la energía para definir la energía. No hay como escapar de esta redundancia, observada ya por Max Planck.
Esta Energía tal vez sea la mejor metáfora de lo que significa Dios, cuyos nombres pueden variar, pero señalan siempre la misma Energía subyacente. Ya el Tao Te Ching (§ 4) decía lo mismo del Tao: «El Tao es vacío, imposible de colmar, y por eso, inagotable en su acción. En su profundidad reside el origen de todas las cosas y unifica el mundo».
La singularidad del ser humano es poder entrar en contacto consciente con esta Energía. Él puede invocarla, acogerla y percibirla en forma de vida, de irradiación y de entusiasmo.

Teólogo, filósofo, escritor, profesor, ecologista brasileño. Uno de los mas destacados representantes de la Teología de la Liberacion.

Hombres radicales y hombres sectarios.



" ...Este es un trabajo para Hombres radicales... Estos, aunque discordando en parte o en su totalidad con nuestras posiciones podrán llegar al fin de este ensayo. Sin  embargo, en la medida en que asuman, sectariamente, posiciones cerradas, "irracionales" rechazarán el dialogo que pretendemos establecer a través de este libro. La sectarizacion es siempre castradora por el fanatismo que la nutre. La radicalización, por el contrario es siempre creadora dada la criticidad que la alimenta. En tanto la sectarización es mítica, y por ende alienante, la radicalización es crítica y, por ende liberadora. Liberadora ya que, al implicar el enraizamiento de los hombres en la opción realizada, los compromete cada vez más en el esfuerzo de transformación de la realidad concreta, objetiva. La secterizacion en tanto mítica es irracional y transforma la realidad en algo falso que, así no puede ser transformada. La inicie quien la inicie, la sectarización es un obstáculo para la enmancipación de los hombres...El sectario, cualquiera sea la opción que lo orienta no percibe, no puede percibir o percibe erradamente, en su "irracionalidad" cegadora la dinámica de la realidad....El hombre radical, comprometido con la liberación de los hombres, no se deja prender en "círculos de seguridad" en los cuales aprisiona también la realidad, Por el contrario, es tanto más radical cuanto más se inserta en esta realidad para, a fin de conocerla mejor, transformarla mejor... No teme enfrentar, no teme escuchar, no teme el descubrimiento del mundo. No teme el encuentro con el pueblo. No teme el diálogo con él, de lo que resulta un saber cada vez mayor de ambos. No se siente dueño del tiempo, ni dueño de los hombres, ni liberador de los oprimidos. Se compromete con ellos, en el tiempo, para luchar con ellos para la liberación de ambos..."


Paulo Freire, Santiago de Chile, otoño de 1969 "Primeras Palabras" en su libro "Pedagogía del oprimido"

sábado, 8 de octubre de 2011

Los otros. Angélica




Por Alejandra Rey | LA NACION


La mujer que se enamoró de volar en soledad


En la estancia de Trenque Lauquen todos los veranos había milagros. Sucedía así: cuando el calor de los primeros días de diciembre apretaba duro desde el alba, los patrones llegaban desde Buenos Aires por esos caminos infernales, levantando polvo, con toda la familia a bordo, en autos raros, con ropas de vanguardia y baúles repletos de novedades citadinas.


Y María Angélica Medina, una de las hijas de los puesteros, se preparaba desde tempranito para ver lo que sacaban del equipaje, todas cosas increíbles para ella, que en 1935 tenía sólo nueve años.


Y fue justamente ese año cuando de los baúles repletos de juguetes salió el milagro anual: un avión, pequeño, simple, que los hijos de los dueños le prestaban para que jugara. Un avión de esos que ella veía pasar raramente por los campos de Trenque Lauquen. Un avión, la máquina más maravillosa que se había inventado y que ella iba a volar alguna vez. Porque eso fue lo que se juró María Angélica cuando vio el juguete, que algún día volaría en avión. Y tanto se lo propuso que es la primera y única mujer instructora de vuelos civiles que depende de la Fuerza Aérea, aun hoy, a los 84 años.


La mujer que hace 60 años vestía boina, campera gris, pantalones y botas, el traje de voladora, vive ahora en el barrio aeronáutico de Ituzaingó, provincia de Buenos Aires, se ayuda para caminar con un bastón, cuida a una hermana enferma y guarda todos sus trofeos y medallas en una habitación fría de la casa, casa que pudo construir merced a un crédito que le dio el gobierno del presidente Juan Perón, en 1955. "Es que yo quería ser alguien", se justifica frente a LA NACION. Y cuenta su historia.


María Angélica disfrutó de su buena estrella en la estancia de Trenque Lauquen, "machoneando con los porteñitos, los hijos de los dueños", hasta que su padre murió muy joven y dejó a su mujer y a sus cuatro hijos sin mucho para hacer. Y pobres. Muy pobres. Entonces ella aceptó, a los 12 años, la invitación de su madrina para venir a vivir a Buenos Aires, donde terminó el primario y se empleó como cadeta en la casa de alta costura Amancay, de Montevideo y Santa Fe.


Pero extrañaba, María Angélica. Extrañaba el campo, la inmensidad, el cielo único, las estrellas infinitas, su madre, sus hermanos, el olor. Nada era igual acá, porque vivía en Barrio Norte, que por entonces no tenía ni el glamour ni la alcurnia actual y más bien se trataba de un conjunto de conventillos que compartían "cabecitas", criollos y recién llegados del extranjero al país de los milagros.


Ahí se hizo adolescente y mujer María Angélica. En la fábrica aprendió a forrar cinturones, poner botones, coser y hasta a terminar un vestido de novia, todo para ahorrar el dinero necesario para volar. Claro que la niña tenía su costado frívolo: todas las tardes iba a la puerta de Radio Splendid a pedir autógrafos a los famosos y se convirtió en la presidenta de la seccional 17 del Club de la Amistad y conoció de cerquita a las hermanas Legrand.


Pero nada había tapado su vocación de aviadora, ni el trabajo, ni los hombres, ni las celebridades, porque su deseo estaba intacto y, como había ahorrado peso a peso desde los 12 a los 21 años, decidió buscarse un trabajo que le permitiera hacer el curso de piloto, ahora que era mayor de edad.


"Me empleé en la fábrica de cigarrillos Fontanares -dice- y trabajaba en la sección empaquetado, una semana de mañana y otra de tarde y así podía disponer de tiempo. Igual, le digo, yo me había hecho socia en 1947 del Aeroclub Argentino y cada vez que podía, me escapaba a ver aviones. Había otras chicas -sostiene-, pero iban a hacer sociales."


Ella no. Ella miraba, contemplaba, averiguaba todo hasta que se anotó para hacer el curso y pagó 11 pesos de entonces por la hora de vuelo: no se compraba nada, todo era para volar. Y se recibió, "aunque no me servía mucho, porque lo que tenía que hacer era juntar horas de vuelo para avanzar en la carrera -cuenta-. Incluso, los instructores se quedaban impresionados porque yo iba a volar aunque lloviera, granizara, hubiera viento... Me acuerdo que era la única mujer entre 16 hombres, muchos buenmozones".


Pero el amor a ella no le importaba: se pasaba las horas trabajando, volando y defendiéndose de esos señores que no apreciaban la presencia femenina en las pistas, que las preferían en la cocina, no en la breve cabina de un avión, con boina, pantalones y botas. Entonces un día le jugaron una broma y la dejaron encerrada en un galpón para que escarmentara y se fueron, pensando que la pequeñísima María Angélica se iba a amilanar y desertaría del deseo y de las alas.


Pero ella, terca como una mula, se dedicó más de una hora a sacar herramienta por herramienta, tuerca por tuerca, pinzas y martillos de su lugar para desparramarlos por todo el piso mientras gritaba y alborotaba el hangar hasta que un superior escuchó los extraños ruidos y abrió la puerta. Lo que vio lo pasmó: todo estaba tirado en el piso, "y lo peor fue que les desclasifiqué todas las piezas y ordenarlas de nuevo les llevó semanas. Nunca más me jorobaron", cuenta esta mujer pequeña, morocha, pura vida a sus 84 años, riéndose a carcajadas.


La meta de María Angélica era sacar la licencia de piloto comercial, para lo que tenía que seguir juntando horas de vuelo. Era el año 1948 y volar en ese Piper J3 de 65 caballos, o en el PA11 de un solo motor de 65 caballos, no era fácil y menos, barato. Entonces hacía carreras aéreas, vuelos de bautismo, visitas guiadas, trabajaba en Fontanares, todo por el dinero que necesitaba, y finalmente se anotó en el Instituto Nacional de Aviación Civil para sacar la licencia. "Por eso no podía tener novio, ¿a qué hora? Yo no soportaba que me interrumpieran", cuenta, y agrega: "En 1953 saqué la famosa licencia porque tenía las horas justas. Y las había juntado haciendo una gira por el país".


¿Una gira? ¿En solitario? ¿Qué perseguía esta mujer tan particular, que dejaba todo, familia, amigas, hombres, por volar? "La libertad, esta chica, la libertad. Volar es eso." María Angélica había recorrido 16 provincias y dos gobernaciones (así se llamaban en 1952 a dos provincias), aterrizó en 38 aeroclubes, tuvo dos emergencias y remontó el cielo sola y su alma subvencionada por Fontanares que, de todos modos, no puso publicidad en la máquina ni le dio dinero a ella, porque no lo permitió: ella tiene un orgullo de los mil demonios.
ATERRIZAR EN UNA CANCHA DE FÚTBOL


El trayecto más largo y pesado fue el de La Rioja a San Juan y terminó su viaje en 45 días contra todos los pronósticos. Y aterrizó con 70 horas de vuelo, que agregó a las 230 y 15 minutos que tenía y con las que había soñado durante los tres años previos que le costó planear y ahorrar para el viaje. "Había estudiado todas las cartas que tenía a mi alcance. Que a mí no me digan que los GPS y no se qué cosa; si sabés guiarte no necesitás nada, sólo las cartas. Mirá, m´hija, a mí me ayudó un mecánico que me prestó el avión, con la promesa de que yo le ayudara a vender la máquina a la vuelta. Y así fue."


En su valija, María Angélica sólo llevaba una rueda pequeña, bujías, un filtro para nafta y un sombrero "de hombre". Todo eso le sirvió el día que una plaga de langosta se le metió en el motor y debió aterrizar en una cancha de fútbol donde había jugadores, que salieron espantados. Pero la cancha se terminó y ella seguía a mucha velocidad por el pasto, sin poder frenar, y entró en el pueblo por la calle principal, eso sí; cree que era en el Chaco, y todos se tiraron al piso o escaparon corriendo.


Se ríe esta valerosa mujer de aquel recuerdo y cuenta que cuando volvió a Buenos Aires "era famosa, me hicieron notas" y, lo mejor de todo fue que entre sus compañeros de trabajo y la empresa Fontanares le regalaron un avión y pudo dejar de trabajar para dedicarse únicamente a enseñar y, para enseñar, pasaba publicidad por el aire, volanteaba en los campos. Llevaba a la gente a dar vueltas.


-¿Cómo es estar allá arriba?


-Uno se da cuenta de que es poca cosa, ve todo de otra manera. Allá arriba no hay envidia ni gente mala. Yo volé 52 años, hasta 2001, y sólo en el aire me sentía bien.


Porque María Angélica, toda una profesional, daba clases y, cuando le sobraba dinero, iba a las empresas que conocía, pedía alimentos y se los llevaba a los indios en Formosa, pero no le tiraba los paquetes desde el aire, como hacían todos: ella aterrizaba y se los daba en mano, "porque acá se pensaban que los indios no son cristianos, pero no es así. Ahora están peor que antes, porque les sacaron la tierra", razona.


Desde 1968 hasta 1973 María Angélica fue instructora en el aeroclub de General Madariaga, donde los hombres mandaban y al principio no la querían. Pero para ella nada de ese machismo era problema y tomó el toro por donde se debe: echó a los "vivitos" y puso un orden tal en esa institución que llegó a oídos de la Fuerza Aérea, que la nombró instructora de vuelo civil.


A partir de allí esta morocha descendiente de indios tehuelches, con menos pulgas que un gato recién bañado, comenzó a cobrar un sueldo de la Fuerza Aérea Argentina, se reportaba cada 15 días al Edificio Cóndor, fue trasladada a los aeroclubes de Vedia, Arrecifes, Azul, Las Flores como instructora y llegó a volar 30 aviones diferentes.


En uno de esos vuelos debió trasladar a Roberto De Vicenzo que, por mal tiempo, no llegaba a un torneo de golf. Y, como el avión era tan pequeño, el maestro debió elegir al detalle los palos que debía llevar a bordo. Ganó el campeón y le regaló a su joven piloto, María Angélica, una pelotita de golf que ella atesora y muestra con orgullo.


A los 72 años todavía volaba y debieron jubilarla como inspectora de vuelo en Rufino.


Desde entonces tiene los pies sobre la tierra. Camina con más dificultad, ya no es aquella pequeña morocha de imponente carácter que mantuvo a raya a todos los hombres que la malquerían por una cuestión de género. No, ya no es aquella mujer. Pero sigue siendo brava, una muñeca brava, que pasó por sobre la cabeza de todos y les dejó una enseñanza: el secreto de cómo alcanzar la libertad. Aunque sea por un ratito.
MARIA ANGELICA MEDINA PILOTO E INSTRUCTORA DE VUELO


· Quién es: es la primera mujer instructora civil de vuelo incorporada por la Fuerza Aérea Argentina. Hizo un viaje de 45 días por 18 provincias en solitario y tuvo dos aterrizajes de emergencia. Voló durante 50 años y presidió los aeroclubes de varias ciudades del interior. Se reportaba al Edificio Cóndor. Llevó a De Vicenzo a jugar un torneo de golf porque no llegaba a tiempo y el maestro debió elegir algunos palos, porque todos no entraban en el avión. Hoy, a los 84 años, vive en el barrio aeronáutico de Ituzaingó, con una hermana enferma a la que cuida. Nunca se casó, según ella, porque no tuvo tiempo para andar de novio.


http://www.lanacion.com.ar/1301308-la-mujer-que-se-enamoro-de-volar-en-soledad





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