jueves, 13 de marzo de 2014

El Señor de los Anillos y su creador Tolkien .-





Fue hasta 1952 que el dictaminador original de El hobbit, el joven editor Rayner Unwin, acabó de leer el texto original de El señor de los anillos y sugirió a su padre la arriesgada propuesta de publicar con ciertos trucos editoriales y llevaderas, pero bastante probables pérdidas económicas, la que de inmediato consideró como una novela asombrosa. 

“Si crees que es una obra genial puedes perder mil libras”, le contestó el ahora Sir
Stanley Unwin, quien en ese momento estaba haciendo un largo viaje por el
extranjero. Rayner Unwin decidió publicar el libro en forma íntegra,
dividiéndolo en tres partes que él mismo denominó “La comunidad del anillo”,
“Las dos torres” y “El retorno del rey”. 

Tolkien aprobó a regañadientes el esquema de edición de la obra y estuvo de acuerdo con los nombres asignados a su naciente trilogía. Aunque expresó que el tercer título debía llamarse algo así como “La guerra del anillo”, en lugar de “El retorno del rey” –pues ese
nombre resultaba menos revelador–, no estaba en condiciones de imponer todos
sus puntos de vista. Los Unwin financiarían completamente el proyecto y por
ello programaron, para mediados de 1954, una edición de 3500 ejemplares –la
habitual en la Inglaterra de aquellos días– para el primer volumen de El señor
de los anillos; otra de 3250 para el segundo volumen, la cual aparecería en
1955, y una final de “El retorno del rey”, con sólo 3000 ejemplares, hasta
1956.

Sin embargo, sucedió algo inesperado. La modesta edición de “La comunidad del
Anillo” comenzó a agotarse rápidamente y Allen & Unwin debió apresurar la
publicación de “Las dos torres”, que llegó a las librerías en noviembre de
1954, con un número de ejemplares mayor al previsto inicialmente. 
Cartas de lectores atormentados por lo inconcluso de la historia y críticas positivas en
la prensa, determinaron que “El retorno del rey” viera adelantada –y por
supuesto, también ampliada– su publicación y apareciera en el mes de octubre de
1955; de hecho, eso no ocurrió antes porque Tolkien requería tiempo para
confeccionar los apéndices que había prometido desde un principio.
Una vez que la trilogía quedó integrada y pudo lograrse una visión de conjunto
de la obra, revistas y periódicos relevantes de Gran Bretaña y los Estados Unidos le dedicaron críticas elogiosas. 
Destacaba un comentario en el New York Times, escrito por el poeta inglés W. H. Auden
–exalumno de Tolkien en la Universidad de Oxford–, quien apuntó que el autor
“ha triunfado donde Milton fracasó”,refiriéndose, desde luego, a los rasgos
épicos comunes tanto a El paraíso perdido, como a El señor de los anillos. Pero
lo que podría llamarse el “fantasma de Hugo Dyson” hizo también y de inmediato
su aparición entre las reseñas y comentarios a la novela de Tolkien. 
El prestigiado crítico literario norteamericano Edmund Wilson publicó en abril de 1956, en The Nation, un demoledor artículo donde figuraban los contenidos básicos de lo que
aún hoy se critica frecuente y esencialmente en la novela fantástica, e incluso
en las recientes películas de El señor de los anillos, dirigidas por Peter Jackson: 
que es una obra demasiado compleja y seria para el público infantil y demasiado ingenua para el adulto; que las situaciones y personajes del libro son declaradamente maniqueos y hasta pueriles, en extremo alejados de cuanto se relaciona con la compleja vida moderna; que la prosa y el verso de la novela son con franqueza amateurs y faltos del oficio de un verdadero profesional de la creación literaria; etcétera. 
Estas afirmaciones conforman lo que es factible denominar un “síndrome de Edmund Wilson”, que sigue convenciendo en la actualidad a numerosas personas en todo el mundo, con respecto a la enorme saga de J. R. R. Tolkien.